Al igual que el resto de los animales, el hombre ha desarrollado una forma específica de locomoción, que conocemos como marcha humana. La Marcha Humana es un proceso de locomoción en el cual el cuerpo humano, en posición erguida, se mueve hacia adelante, siendo su peso soportado, alternativamente, por ambas piernas (Inman et al. 1981). Mientras el cuerpo se desplaza sobre la pierna de soporte, la otra pierna se balancea hacia adelante como preparación para el siguiente apoyo. Uno de los pies se encuentra siempre sobre el suelo y, en el período de transferencia del peso del cuerpo de la pierna retrasada a la pierna adelantada, existe un breve intervalo de tiempo durante el cual ambos pies descansan sobre el suelo. Al aumentar el individuo su velocidad, dichos períodos de apoyo bipodal se reducen progresivamente, en relación al ciclo de marcha, hasta que el sujeto comienza a correr, siendo entonces reemplazados por breves intervalos de tiempo en los que ambos pies se encuentran en el aire.
La marcha humana es un fenómeno complejo para cuya descripción se requiere no sólo del conocimiento de los movimientos cíclicos que ejecuta el organismo, sino también de cuestiones tales como las fuerzas de reacción entre los pies y el suelo, las fuerzas y momentos articulares, los requerimientos energéticos y los mecanismos de optimización adoptados, así como la secuencia e intensidad de actuación de los diferentes músculos involucrados.
La posición erguida del ser humano es intrínsecamente inestable, al contrario de lo que ocurre con los mamíferos cuadrúpedos. Ello exige un mayor control neuronal y condiciona su desarrollo completo a un largo proceso de aprendizaje (hasta 7-9 años) (Beck et al. 1981). Durante los primeros años de su infancia, el ser humano aprende a caminar de forma natural, experimentando con su cuerpo hasta alcanzar un estilo propio. Pese al carácter individual de este proceso, las semejanzas entre sujetos distintos son tales que puede hablarse de un patrón característico de marcha humana normal, así como de las modificaciones que dicho patrón experimenta debido a la influencia de diversos factores, intrínsecos o extrínsecos al sujeto, y, sobretodo, bajo determinadas situaciones patológicas o de déficit funcional (Murray et al. 1964, 1969, 1970, 1971, 1984 y 1985).
En primer lugar, factores como la edad, el sexo, la altura y la complexión del sujeto modifican significativamente su patrón normal de marcha (Merrifield, 1971; Soames, 1987). El estado de ánimo influye igualmente sobre él. Puede decirse que la manera de andar de cada individuo es intrínseca a él, como si de sus facciones o de sus huellas dactilares se tratase.En segundo lugar, existen otros factores, ajenos o externos al individuo, que repercuten de manera muy apreciable en la marcha. La velocidad de progresión es uno de los más importantes (Andriacchi et al., 1977; Winter, 1991; Wagenaar y Beck, 1992), sin olvidar el tipo de suelo, el calzado (peso, altura del tacón, etc.), la inclinación de la superficie, la carga acarreada por el sujeto, etc. Por último, la marcha humana puede verse afectada por numerosas patologías incidentes sobre cualquiera de los sistemas en ella involucrados. De ahí la importancia de su estudio en traumatología, cirugía ortopédica, rehabilitación, otorrinolaringología y neurología. El análisis de la marcha de un individuo ayuda al diagnóstico de patologías del aparato locomotor, del oído interno y del sistema nervioso central, siendo también aplicable a la evaluación y seguimiento de tratamientos de dichas patologías así como, en su caso, a su rehabilitación posterior (Schneider y Chao, 1983;Messier et al., 1992).
Los estudios más clásicos correspondientes a la marcha humana fueron realizados en el siglo pasado, poseyendo en la actualidad un valor testimonial bibliográfico conseguido con recientes reediciones de los mismos (Braune y Fischer, 1987; Weber y Weber, 1992). Sin embargo, los estudios más extensos y estructurados sobre la marcha humana, tanto normal como patológica han sido realizados por Inman et al. (1981), Gage (1990), Winter (1991), Perry (1992) y Whittle (1992), siendo precisamente estos estudios los que han servido de base para la presentación de la marcha en sujetos normales como en sujetos con patología.
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